#OPINIÓN Santa Marta está por cumplir 500 años y nada funciona. Medio milenio después de su fundación y seguimos peleándonos con el agua, con la luz, con el calor, con la desidia.
Este jueves nos quitarán ambos servicios (gracias Air-e y Essmar) como si no pasara nada, como si la vida en esta ciudad no dependiera de cosas tan elementales como prender un abanico, un aire acondicionado o abrir una llave. Nos condenan a sudar el abandono, a hervir bajo un sol que no perdona y sin una gota de agua para calmar la sed.
Las empresas sacaron comunicados como si anunciaran un premio. Que un nuevo transformador, que una estación de bombeo, que un trabajo técnico “para mejorar la calidad del servicio”. ¿Cuál servicio? ¿El que no llega? ¿El que se va cuando más se necesita? Lo que están haciendo es disfrazar con lenguaje técnico el mismo problema de siempre: la incompetencia.
Lo que da rabia no es que haya que hacer mantenimiento, eso es necesario, sino que lo hagan sin pensar en la gente. ¿Qué alternativas dieron? Ninguna. ¿Acaso enviarán carrotanques a los barrios más golpeados? ¿Acaso las 8 horas en las que no hay energía se ven reflejada en las facturas, cada vez más altas? No. La ciudad simplemente se apaga, se seca, y nosotros nos aguantamos. Otra vez.
Santa Marta, aunque duele decirlo, es el retrato vivo del fracaso institucional durante toda su existencia. Una postal hermosa tapada por el polvo, la basura, el desorden y la desconexión entre los que gobiernan y los que caminan.
Porque aquí no hay planificación, no hay empatía, no hay gestión. Solo hay comunicados, excusas, y una ciudadanía harta que ya no cree en nada ni en nadie. Y cómo creer, si llevamos décadas escuchando los mismos discursos mientras el agua sigue siendo un privilegio y la luz, gracias a la CREG, un servicio que se hace cada día imposible de pagar.
Estamos a las puertas de los 500 años y parece que retrocediéramos. Medio milenio después y seguimos en lo básico. Sin agua, sin energía, sin rumbo. Nos quieren vender el cuento de que Santa Marta se avanza, pero lo único que se transforma es la paciencia de la gente en rabia.
Porque aquí la vida se sobrevive, no se vive. Y cada día que pasa sin soluciones reales, sin liderazgos serios, sin respeto por la dignidad, es un día más donde nos convencemos de que esta ciudad no está fallando: esta ciudad colapsó.





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