Por entre los pliegues verdes y milenarios de la Sierra Nevada, allá donde el tiempo parece haberse detenido y el lenguaje se susurra con el viento, dos mujeres arhuacas esperaban algo que no sabían si llegaría. Una de ellas cargaba en su vientre una vida por nacer; la otra, apenas podía sostenerse en pie. Ambas compartían algo más que el dolor: el aislamiento.
La comunidad Serankwa, en las laderas del municipio de Aracataca, Magdalena, estaba en vilo. Los caminos que serpentean la montaña no bastaban. La temperatura apretaba, la salud de las mujeres se agravaba, y la única opción posible estaba en el cielo.

Fue entonces cuando el rugido del helicóptero rompió el silencio sagrado de la Sierra. Un Bell-212 de la Fuerza Aeroespacial Colombiana, cargado de esperanza y protocolos médicos, descendió como un pájaro metálico en medio de la selva. No era la primera vez que lo hacía, pero cada vez era única. Como cada vida.
Desde Malambo, Atlántico, había partido la tripulación del Comando Aéreo de Combate No. 3 con una misión clara: evacuar a las dos pacientes y llevarlas a un hospital en Santa Marta. Médicos militares, entrenados para emergencias en medio de la guerra o el olvido, se enfrentaban esta vez a la urgencia del nacimiento y la fragilidad del cuerpo enfermo.
La escena era silenciosa y ritual. Las mujeres, vestidas con sus mantas blancas, subieron al helicóptero ayudadas por manos ajenas pero solidarias. Uno de los médicos revisaba el pulso. El otro ajustaba el oxígeno. El aire en la cabina se volvió tenso y cálido, cargado de responsabilidad.
Durante el vuelo, los signos vitales fueron una especie de mantra. Cada latido monitoreado era un hilo que las unía con la posibilidad de sobrevivir. Desde la altura, la Sierra se veía como una pintura quieta, lejana. Pero allá abajo, quedaba una comunidad entera con el alma en vilo.

Al llegar a Santa Marta, el aterrizaje no fue un final, sino un tránsito. Las mujeres fueron recibidas por personal médico local, y de inmediato trasladadas a un centro asistencial de mayor nivel. Lo urgente ya estaba hecho. Lo humano, también.
En un país donde las distancias suelen traducirse en abandono, estas dos mujeres lograron cruzar el cielo gracias a una operación que no hizo ruido en los titulares, pero que significó todo para quienes la vivieron. Y mientras la Sierra vuelve a su ritmo ancestral, allá arriba, una comunidad recuerda que a veces, la esperanza también tiene hélices.




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