Por. Jesús M. Solano Rubio.

Gabriel García Márquez murió el 17 de abril de 2014, pero todavía se le “puede ver” en las calles del Centro de Santa Marta, entre el bullicio de los vendedores y el murmullo de los turistas que buscan el mar.

Lleva sombrero, gafas redondas y una sonrisa de otro tiempo, permanece inmóvil, bajo la sombra de los árboles, mientras la gente lo rodea, como si de repente Macondo se hubiera escapado de las páginas de La hojarasca o El amor en los tiempos del cólera para recrearse en una esquina del Caribe colombiano.

Se llama Héctor Barreto Yepes, tiene 70 años, y ha hecho del personaje de Gabo su vida, su arte y su sustento. Se le puede encontrar casi siempre en la esquina de la Casa de la Aduana o en el Parque de los Novios, en el Centro Histórico.

Su performance es sobre una banca, su utilería unos cuantos libros y su propósito “incitar a la lectura a los jóvenes, a los adultos, a los niños, porque eso es lo más importante para el ser humano”.

Cada día, vestido de lino blanco, sombrero y bigote, Barreto recita fragmentos de Cien años de soledad y ofrece los libros del Nobel como quien entrega tesoros. Lo hace no solo para vender, sino para mantener encendida la llama de la palabra en un país que a veces olvida leer.

“Soy de Fundación, un pueblo caliente, que parece un horno, pero yo lo quiero. Desde pequeño escuché hablar de Gabo. Lo leí, lo soñé, y hace cuatro años decidí hacerlo realidad”, comentó.

Antes interpretó a un indígena sobre un cuadro de madera, luego, tras una rifa entre tres nombres (Simón Bolívar, Antonio Nariño y Gabriel García Márquez), la suerte lo eligió. “Me salió Gabo”, dice riendo. “Y desde entonces no me he quitado el personaje”.

Pero detrás del traje y la sonrisa, hay también una historia de espera y desengaño. Barreto explicó que se inscribió al programa de Beneficios Económicos para Artistas Adultos Mayores, pero cuatro años después sigue esperando el primer giro. 

“Me siento como el personaje de El  coronel no tiene quien le escriba, que trabajó toda su vida y nunca le llegó”.

Aun así, Héctor sigue. Sigue con la dignidad de los personajes macondianos que no se rinden ante la adversidad, con la paciencia de Aureliano Buendía y la fe de Úrsula Iguarán.

“Un día un amigo metió una moneda de mil pesos en la caja y me dijo, ¡Oye, pero si te pareces a Gabo! Desde entonces todos lo repiten y  me tocó creerme la mentira”, comentó entre risas.

Sus ojos se iluminan cuando habla de sus días de teatro, de los eventos donde lo invitan, de los turistas que lo saludan como si saludaran a un fantasma amable. Pero se entristece al contar que, en cuatro años, ningún funcionario de cultura se ha acercado a saludarlo. “Para el pueblo soy Gabo, pero para los de arriba soy invisible”.

Antes de despedirse, abre un libro y recita. “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquellos tiempos en que su padre lo llevó a conocer el hielo.”

Su voz resuena entre las fachadas coloniales del Centro Histórico y por un instante, Santa Marta se detiene. El sol cae sobre la Casa de la Aduana, las palomas revolotean en el parque Bolívar y uno siente que el Caribe, por un momento, vuelve a ser Macondo.

Nota: Si deseas ayudar a Héctor Barreto, puedes contactarlo a su línea 3002749118.

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