
Por. Carlos León Coronado.
Fotografía: Giancarlos Villarreal
Hablar de Santa Marta no es solo hablar del mar, de sus atardeceres inolvidables o del legado libertador de Simón Bolívar. Es hablar de una ciudad que guarda secretos fascinantes entre sus calles, sus plazas, sus ruinas y hasta sus ritmos. En este año en que celebramos cinco siglos de historia, vale la pena recordar que Santa Marta no se deja abarcar en un solo relato. Siempre hay más por descubrir.
Por ejemplo, ¿sabía usted que el primer vuelo de avión registrado en Colombia ocurrió aquí, en la ciudad de Santa Marta, el 12 de diciembre de 1912? Ese día, los samarios se convirtieron en los primeros testigos del sueño de volar. ¿Y qué decir de sus carnavales? Mucho antes de que Barranquilla se posicionara como epicentro del jolgorio carnestoléndico, en Santa Marta ya se celebraban estas fiestas desde aproximadamente 1533. En alguna época, la ciudad comenzaba a vibrar desde el 8 de diciembre, enlazando las fiestas de la Inmaculada Concepción hasta el miércoles de ceniza.
No es casualidad que sea precisamente la Virgen de la Inmaculada Concepción la que custodia el escudo de armas de la ciudad, como símbolo de su profunda raíz evangelizadora. Esta devoción no fue impuesta del todo: fue abrazada también por los mismos habitantes de la ciudad, que la asumieron como guardiana de su bahía.
Pocos conocen que Rodrigo de Bastidas, el fundador de Santa Marta, tenía sesenta años cuando inició esta gesta. Su verdadero nombre era simplemente Rodrigo de Bastidas, sin el “Galván” que no fue más que un “sobrenombre” Fundó esta ciudad después de una quiebra económica en Santo Domingo. Fue traicionado en la misma ciudad que erigió y murió lejos de ella, en Santiago de Cuba.
A su memoria, muchos años después, se quiso rendir homenaje con una estatua que no llegó a tiempo para el cumpleaños 450 de la ciudad. Finalmente, se instaló en la carrera primera, y en su honor se renombró la vía como Avenida El Fundador. Curiosamente, hoy su escultura mira de frente a la de Simón Bolívar: conquistador y libertador, cara a cara.
Si de monumentos y parques se tratan, existieron algunos que ya no se visualizan en el arco del Centro Histórico, como la plaza Santa Rita en la calle 22 entre carreras 2da y 3ra, donde actualmente opera un centro médico, o el parque de los cañones donde se única actualmente la Biblioteca del Banco de la República o la Plaza de la Virgen del Carmen donde funcionó la escuela Magdalena.
La historia de Santa Marta no se comprende sin el papel de los pueblos indígenas. Aunque popularmente se habla de los «Taironas», en realidad ese fue un nombre genérico otorgado por los españoles para diferentes tribus que habitaban en una misma zona como es el caso de los “Tairos”.
Los pueblos originarios de la zona donde se erigió el casco urbano de Santa Marta, eran los Betomas, los verdaderos habitantes del actual territorio samario. Con la llegada de los colonizadores, no solo perdieron sus tierras, sino también su nombre y su identidad diferenciada. Como dato curioso el primer Fuerte establecido para la defensa de la nueva ciudad fue de cara a la montaña y no al mar, el Fuerte de Bonda.
También fueron muchos los ataques piratas que Santa Marta resistió. Figuras como Robert Ball (1543), Martín Cortés (1555), John Hawkins (1566, 1567, 1559) y, por supuesto, Francis Drake (1568, 1585, 1595), no solo saquearon la ciudad, sino que la incendiaron en varias ocasiones. Incluso hicieron contrabando con los indígenas locales. La historia samaria está manchada de fuego, pero también tejida con la resistencia de su gente.
Santa Marta también ha sido una ciudad de innovación y comercio. A finales del siglo XIX, se gestó aquí una de las más ambiciosas iniciativas del país: el Ferrocarril de Santa Marta, con el objetivo de conectar la ciudad con El Banco, Magdalena. El propósito era claro: convertir a Santa Marta en el puerto más importante del Caribe.
Aunque el proyecto se truncó en la fiebre del banano, marcó una época en la que la ciudad tuvo el 22% de la participación mundial en este producto, gracias a empresas como la United Fruit Company.
La huella cultural también resuena en su música. Santa Marta tiene un género musical propio: la “Guacherna samaria” cuyo Sonido es el clásico “pitán pitán”, un ritmo nacido a principios del siglo XX en el barrio Pescadito, producto del mestizaje musical entre jamaiquinos y bolivarenses. A diferencia de otras músicas de la región, la guacherna carece de instrumentos de viento, lo que le da una sonoridad única, casi ancestral.
Y si de geografía hablamos, muchos desconocen que el brazo del río Manzanares alguna vez formó un delta natural que cruzaba lo que hoy es la carrera primera, desembocando cerca de la calle 12. Hoy, el cambio climático y la erosión han cobrado factura: se estima que la bahía ha perdido al menos 100 metros lineales de playa. Santa Marta literalmente ha sido devorada por el mar.
La historia samaria es rica, compleja, llena de giros y olvidos. Sus mercados, por ejemplo, han tenido varias ubicaciones: desde la Placita Vieja (hoy Parque de los Novios), hasta la Plaza San Francisco y su actual ubicación en la antigua Hacienda La Coquera.
En cada calle, en cada historia, Santa Marta nos invita a conocerla de nuevo. A celebrar no solo sus 500 años, sino el privilegio de haber sido el inicio de muchas cosas: de la evangelización, del vuelo en Colombia, del comercio, de la resistencia.
Hoy, Santa Marta cumple quinientos años. Y aún nos sigue sorprendiendo.





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